Arkan. El terror en los Balcanes





Zelijo Raznatovic llegó un 15 de enero a un hospital de la capital serbia, Belgrado, en coma. Había recibido tres impactos de bala en el cráneo y, a pesar de la celeridad de sus guardaespaldas para proporcionar atención sanitaria a su protegido, los médicos no pudieron más que certificar su muerte en torno a las 19:00 horas de la tarde. Su asesino, Dobrosav Gavnic, un joven policía serbio separado momentáneamente del servicio, había corrido mejor suerte: los disparos sólo le habían herido aunque le sentarían de por vida en una silla de ruedas. Aquella tarde del año 2000 moría Zelijo Raznatovic más conocido mundialmente como Arkan. Con él, desaparecía una de las figuras más controvertidas del panorama serbio de finales del siglo XX. Durante el drama de las guerras balcánicas de los años 90 jugó un papel protagonista teñido de sangre, destrucción y una pésima reputación que causaba pánico entre sus enemigos, esto es, todos los habitantes no serbios de las antiguas repúblicas yugoslavas. Su muerte, celebrada entre sus enemigos pero también entre sus más allegados, todavía se encuentra sumergida en una maraña de misterios de difícil resolución.

Arkan podría escenificar perfectamente las locas incongruencias de la antigua república socialista de Yugoslavia a finales de los años ochenta. Un país comprometido con unas perspectivas que pasaban, necesariamente, no ya sólo por la aniquilación de un modelo socialista tan peculiar como el desarrollado por el gran líder, Tito; sino la misma desintegración de todo un conglomerado estatal capaz de gestionar el laberinto nacional que formaba Yugoslavia. Todo este caldo de cultivo encontró el detonante adecuado en una voraz crisis económica que sirvió para agitar sentimientos étnicos y religiosos y enarboló las banderas de los nacionalismos más radicales e intransigentes. Todo este combinado se resolvió en un conflicto convertido en verdadero escaparate de las atrocidades más crueles. Y en este panorama, Arkan jugó su papel destacado.

Arkan había formado una fuerza paramilitar, la Guardia Voluntaria Serbia, más conocida como los Tigres de Arkan. Su participación en las sucesivas guerras balcánicas, en Croacia y en Bosnia, fue decisiva, contando siempre con el visto bueno de las autoridades serbias. En todas las localidades donde intervenían sembraban la destrucción, el terror y la muerte sin distinguir víctimas. De hecho, el Tribunal Penal Internacional de La Haya acusaba a Arkan de los más variados crímenes de guerra y contra la humanidad, incluyendo el genocidio. Todas estas acusaciones, sin embargo, no le impedían determinados gestos que oscilan entre lo absurdo y lo increíble: durante la crisis de Kosovo, en el año 1998, llegó a escribir una carta al presidente estadounidense, Bill Clinton, mostrándo sus condolencias por los atentados en las embajadas norteamericanas en Tanzania y Kenia, advirtiéndole del peligro del islamismo radical. Y en Serbia, puso en marcha todo un programa de asistencia social para antiguos combatientes y afectados por los conflictos (eso sí, exclusivamente serbios).

Son muchos los testimonios que avalan la crueldad de Arkan, de sus métodos terribles y sumamente expeditivos que le convirtieron en uno de los actores más temidos y más odiados del panorama internacional. Quizás en su estrategia basada en el horror como arma básica de combate se pueda rastrear algún tipo de problema emocional heredado de una estricta infancia castrense sometido al autoritarismo irracional de su padre, un oficial del antiguo ejército popular yugoslavo. Escapar de la rígida disciplina paterna empujaría a un joven Arkan a internarse en el peligroso mundo de la mafia y los ambientes delictivos que nunca abandonaría. Su estancia juvenil en Europa transcurrió entre cárceles y sonadas fugas, negocios ilícitos y trabajos sucios para la policía secreta del régimen socialista yugoslavo. Arkan, jugando la baza del héroe del pueblo serbio, nunca abandonó sus actividades al margen de la ley que le proporcionaban suculentos beneficios y una vida de lujo y ostentación que muchos sectores de la sociedad serbia censuraban. 

Su muerte todavía suscita muchos interrogantes. Los autores materiales niegan, todavía hoy, una vez juzgados y condenados, su responsabilidad y son muchos los candidatos interesados en la muerte del famoso comandante Arkan. Las rivalidades con otros grupos delictivos, incluyendo al hijo del ex – presidente Milosevic, una venganza por sus atrocidades criminales durante las guerras de desintegración yugoslava o, incluso, una artimaña que permitiría a Zelijo Raznatovic comenzar una nueva vida alejado de las miradas indiscretas de medios de comunicación y judiciales, nacionales e internacionales. Lo cierto es que con la desaparición de Arkan Serbia daba un paso de gigante en su largo camino hacia la reconciliación con su presente y su reciente historia.

Luis Pérez Armiño©

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