El caso Rull



La conflictividad obrera que vivió la España de finales del siglo XIX tuvo como escenario privilegiado, entre comillas, a la ciudad de Barcelona. Llegó a tanto el extremismo de la lucha obrera en la ciudad condal, que el propio Ayuntamiento se vio obligado a crear un cuerpo especial de policía destinado a luchar contra el creciente e indiscriminado terrorismo anarquista. A la situación de terror generada por las bombas anarquistas, se unió la torpeza gubernamental que sólo supo articular una respuesta fuertemente represiva.


Rafael Núñez Florencia, citado por José Luis García Mañas, enumera las tres etapas que pueden clasificar el terrorismo anarquista en Barcelona: una primera fase, caracterizada por un terrorismo de baja intensidad que se prolongará desde 1888 a 1892; a partir de 1893 se inicia una época de mayor actividad terrorista, el auge de la propaganda por el hecho, que culmina con una brutal represión de las fuerzas del orden público en 1897; la última etapa, comenzaría en 1904 y llegaría a 1909, donde la violencia ya no obedece a objetivos totalmente identificados y se busca la acción violenta indiscriminada. 

La propia ideología delimita las características que definen el terrorismo anarquista de finales del siglo XIX y principios del XX. Con gran actualidad, podríamos referirnos a acciones aisladas, llevadas a cabo por individuos inscritos en algún tipo de organización pero que suelen actuar por su cuenta y riesgo. Es la propaganda por el hecho. Generar un clima de violencia que, progresivamente, degenere en una conflictividad social mayor que al final lleve a la revolución social. Sin embargo, este tipo de estrategia podía provocar respuestas más o menos problemáticas. 

El llamado “caso Rull” ha hecho correr ríos de tinta entre especialistas y novelistas atraídos por la extraña figura de Juan Rull Queraltó (1881 – 1908). En el año 2008, Antoni Dalmau escribía El cas Rull con la intención de crear una novela de ficción tomando como base algunos elementos históricos. Su investigación de la cuestión le llevó a sorprenderse por aquel viejo axioma por el que la realidad a veces supera la ficción, descubriendo a un personaje contradictorio e inquietante. 

Juan Rull era un “experto” en artefactos explosivos. Durante su militancia anarquista, sembró el terror en la Barcelona de principios de siglo XX, mediante la colocación de bombas de forma indiscriminada en las Ramblas y cercanías. Sin embargo, sin saber a ciencia cierta muy bien por qué, es contratado por la policía. Las fuerzas de seguridad de la ciudad condal habían llegado a crear un cuerpo de “artificieros” con el que colaboraría Rull. Sin embargo, codicia y avaricia pudieron más. El propio Rull colocaba las bombas que luego él mismo desactivaba. Llegó a sobornar en varias ocasiones al Gobernador de la ciudad si no cobraba lo que solicitaba. 

En estas actividades llegó a implicar a toda su familia. Hasta que su propia madre fue detenida en 1907 transportando un artefacto en la cesta en la que llevaba comida a los obreros. Rull fue detenido y juzgado, siendo condenado a muerte por garrote vil. La sentencia se ejecutó el 8 de agosto de 1908. 

Como escribía Rafael Núñez Florencia en un articula publicado por El Cultural el 6 de mayo de 2011, “En ese río revuelto, anarquistas, marginados, radicales y confidentes policiales, entre otros sectores apocalípticos y desintegrados, tratan de sacar partido de la violencia en cada ocasión pro domo sua. Si en algunos episodios parece bordearse el “terrorismo de Estado” (Morales), en otros se desemboca en el esperpento (caso Rull)”. 

Luis Pérez Armiño©

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